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¿Qué pasa con la ética en el sector del Big Data?

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De un tiempo a esta parte, parece que la preocupación por la existencia o no de ciertos niveles éticos en el sector del Big Data está aumentando. Es decir, hay más dudas sobre si se tienen en cuenta ciertos códigos morales a la hora de trabajar con datos. En general, según Forbes, la impresión que se tiene es que en lugar de preguntarse qué preguntas hacerse para mejorar la sociedad, los científicos de datos quieren saber qué es lo que generaría más atención con la información que tienen a mano, de cara a conseguir más publicaciones de prestigio y financiación para sus proyectos.

A pesar de que los académicos tratan de dar la imagen de que se está progresando en la búsqueda de lo éticamente correcto, centrándose en lo que deberían hacer los data scientics en vez de en lo que están haciendo, poco ha cambiado. Se publican estudios que generan mucha controversia y bastante indignación y declaraciones de preocupación de las editoriales. Muchos investigadores que hablan sobre las publicaciones éticas, rechazan después peticiones de copias de su trabajo. Y proveedores de financiación públicos y privados manifiestan poco interés en hacer que las revisiones éticas sean accesibles para el público. Cómo no, las universidades afirman que este tipo de revisiones son estrictamente confidenciales.

Ante este panorama, cabe preguntarse cuál es el principal problema para la supuesta falta de ética en el mundo del Big Data, y de cada vez más campos de investigación. La respuesta podemos hallarla en que es una disciplina que se ha visto inundada por trabajos sin ningún tipo de historial de revisiones éticas.

Hace unas décadas, una investigación sobre un grupo étnico vulnerable lo llevaría a cabo un experto en etnografía con experiencia en ese tipo de trabajos. Hoy lo puede realizar fácilmente un informático o varios que trabajen con millones de fotografías y datos personales a íntimos de la población, para publicar un trabajo en el que se habla incluso de los aspectos más íntimos y privados de la vida de las personas que pertenecen a ese grupo étnico.

Mientras, investigadores y científicos que trabajan en Inteligencia Artificial se afanan por conseguir los avances que hagan que las máquinas consigan tener conciencia. Y muchos temen que la estructura de los comités éticos académicos implica que muy pocos de sus trabajos sean sometidos a revisión. Además, por su naturaleza técnica, el público en general no está al tanto de lo rápido que avanza esta tecnología hasta que se topan con ella, como es posible que suceda dentro de poco con los coches sin conductor. Entonces, ¿cuál es la solución? Puede que sea la puesta en marcha de iniciativas respaldadas por la industria, siempre que las empresas y entidades que las pongan en marcha tengan en cuenta los principales valores éticos y los trasladen al trabajo que desempeñan o patrocinan. No obstante, no parece que por ahora estén muy dispuestos a ello.

¿Quiere esto decir que, sencillamente, es muy tarde para que haya ética en los sectores del Big Data y de la Inteligencia Artificial? Puede que no. Si las agencias que proporcionan financiación, las sociedades profesionales y los editores de publicaciones técnicas y científicas convirtiesen en obligatorio que todos los trabajos que les llegan obtuviesen la aprobación de un comité ético, seguro que la ética comenzaba a inundar ambas disciplinas. Pero mientras esto se hace realidad, las ciencias de datos están pasando de ser sólo números en publicaciones académicas a algo que está presente en nuestra vida cotidiana. Y las decisiones que investigadores y programadores toman lo impacta todo, sin que nadie les haga preguntarse si lo que hacen está bien o mal.

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