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Opinión

Política y redes sociales, ¿la tormenta perfecta?

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Desde la trama rusa en las elecciones presidenciales norteamericanas que ganó Trump, hasta el referéndum de Cataluña del 1 de octubre, nuestros estudios dicen que las redes sociales no siempre contribuyen a la limpieza del proceso democrático. Facebook, Google y Twitter tienen mucho que explicar….

Barack Obama revolucionó la política con el uso de Internet y las redes sociales en 2008. Lo explica muy bien su jefe de campaña de entonces, David Plouffle en una obra (“The Audacity to win”) que cito en el primero de mis seis libros sobre el presidente Obama (“Obama y el liderazgo pragmático», Profit, 2010). En la campaña electoral presidencial norteamericana de 2015 y 2016, Hillary Clinton quiso emular a Obama, pero Donald Trump sorprendió a todos comunicándose directamente con 20 millones de potenciales votantes a través de Twitter. Trump dejó de lado los medios de comunicación convencionales en prensa, radio, televisión e Internet, si no le eran afines (casi todos, con excepción de Fox News), a los que denominó, entonces y ahora, fake news (noticias inventadas). Trump quitó en campaña legitimidad a los medios “serios”, con periodistas informados y fuentes (“Hillary versus Trump, el duelo del siglo”, Eiunsa, 2016, donde lo explico en detalle) para concedérsela a las redes sociales, por este orden, Twitter, Facebook y Google. Y Trump ganó las elecciones el 8 de noviembre de 2016, saltándose a la torera a los medios y usando solo Twitter, Facebook y la Fox (simplifico y resumo) y, durante su primer año como presidente, ha gobernado a golpe de tuit y el consiguiente decreto ley. (“Trump, año uno”, Estudios Económicos y Políticos Internacionales, noviembre, 2017, donde doy buena cuenta de ello).

El uso de las redes sociales en campaña electoral presidencial de la primera nación de la tierra ha revolucionado la política y la forma en que nos informamos. Si esto sucediera en un país ignoto del tercer mundo, quizá no sería relevante para nosotros, pero se suponía que Facebook, Google y Twitter salvarían la política, ya que la buena información eliminaba los prejuicios y la falsedad. Algo ha ido muy mal. Hay abierta una profunda investigación sobre la influencia de Rusia mediante redes sociales en las elecciones presidenciales norteamericanas, a favor de Trump y en contra de Hillary Clinton. Si el fiscal especial Robert Mueller prueba la involucración del yerno de Trump (Jared Kushner) y otros asesores presidenciales (Paul Manafort, Michel Flynn -quien ya ha confesado-, etc) en la “trama rusa”, el presidente podría ser juzgado (proceso de impeachment) y su presidencia finiquitada. También se está investigando la involucración del Kremlin en las recientes elecciones ucranianas y, más cerca de casa, se nos ha alertado de la participación de 500 hackers rusos (que trabajarían para el FSB, antiguo KGB) en el referéndum catalán del 1 de octubre, en que, “allegedly”, supuestamente, los rusos habrían apoyado a los independentistas mediante anuncios en redes sociales por valor de 200 millones de euros (si se demuestra que es cierto, cuando menos habrá que reconocer que, en cuestión de dineros, los rusos disparan “con pólvora del rey”), para desestabilizar al gobierno de España. Lo mismo parece haber sucedido en las elecciones recientes tanto alemanas como portuguesas.

El arte de la negociación política

EN 1962, un politólogo británico, Bernard Crick, publicó «En defensa de la política». Argumentó que el arte de la negociación política, lejos de ser lamentable, permite que personas de diferentes creencias vivan juntas en una sociedad pacífica y próspera. En una democracia liberal, nadie obtiene exactamente el 100% de lo que quiere, pero todos en general tienen libertad para llevar la vida que elijan. Sin embargo, sin información decente, civilidad y conciliación, las sociedades resuelven sus diferencias recurriendo a la coacción, cuando no a cosas peores.

Cómo se habría sentido consternado Bernard Crick por la falsedad y el partidismo exhibidos en las audiencias del comité del Senado norteamericano que investiga la participación de las redes sociales Twitter, Facebook y Google en las elecciones americanas. No hace mucho, las redes sociales mantuvieron la promesa de una política más ilustrada, ya que la información precisa y la comunicación sin esfuerzo ayudaron a las buenas personas a expulsar la corrupción, el fanatismo y las mentiras, al menos por un tiempo. Hubo ignorantes, como el director de una conocida empresa de “arquitectura de marcas” que, en 2012, un año después de la Primavera Árabe, seguía sosteniendo que “gracias a las redes sociales la primavera ha llegado a Oriente Medio”. Su ignorancia era supina: un año después de la Primavera Árabe de 2011, en el poder de Turquía, Túnez, Argelia, Marruecos, Siria, Jordania, Egipto y otros países había, bien dictaduras teocráticas (los Hermanos Musulmanes en Egipto, que prohibieron el uso de redes sociales) o de “hombres de hierro”, como sucedió en Turquía y Argelia. De los jovencitos egipcios que ponían inocentemente tuits en contra de Mubarak en la Plaza Tahir (loable su entusiasmo, que les llevó a cárceles yihadistas, peor que las de el dictador) se sabe bien poco…

Facebook reconoció que antes y después de las elecciones estadounidenses del año pasado, entre enero de 2015 y agosto de este año, 2017, 146 millones de usuarios pueden haber visto la información errónea de Rusia en su plataforma. YouTube de Google admitió 1.108 vídeos vinculados a Rusia y Twitter a 36.746 cuentas rusas. Lejos de traer la luz, las redes sociales han estado difundiendo veneno.

El problema de Rusia es solo el comienzo. Desde Sudáfrica hasta España (Cataluña), la política se vuelve más fea. Parte de la razón es que, al difundir la falsedad y la indignación, corroer el juicio de los votantes y agravar el partidismo, las redes sociales erosionan las condiciones para la negociación que, según Crick, fomenta la libertad.

El uso de las redes sociales causa tanto división como amplificación. La Gran Recesión de 2007-2009 avivó la ira popular hacia una elite adinerada que había dejado a todos los demás atrás…, y más empobrecidos. Las guerras culturales, éticas, morales, han dividido a los votantes por identidad ideológica en lugar de por clase social. Tampoco las redes sociales son las únicas en polarizarse: basta mirar la televisión por cable y la radio, en Estados Unidos. Pero, mientras el caso de la cadena Fox News es familiar y conocido, las plataformas de medios sociales son nuevas y aún poco conocidas. Y, debido a cómo funcionan, ejercen una influencia extraordinaria. Es lo que hace el ex asesor presidencial de Donald Trump, Stephen Bannon con Breitbart, desde la extrema derecha. Pero también sucede en la extrema izquierda. En el caso de Estados Unidos, no lo digo yo: según The National Bureau of Economic Research, Stanford University, Brown University, American National Election Studies, Pew Research Center y Advice Strategic Consultants hemos hecho en 2017 un estudio conjunto (Estudio Advice de Éxito Empresarial aplicado a la política) para, estudiando las elecciones en Norteamérica y en las principales economías de Europa (Alemania, Reino Unido -Brexit-, Francia, Italia y España) entre 1997 y 2017, proceder a identificar los perfiles de los votantes mediante el uso de Internet y las redes sociales por variables cruzadas socio demográficas y socio económicas.

El negocio de los medios sociales

“Los medios sociales” ganan dinero subiendo fotos, publicaciones personales, noticias y anuncios…, que subrepticiamente, van dirigidos a los votantes. Pueden medir cómo reaccionamos, saben cómo meterse en nuestra piel para conocer cómo pensamos. Recopilan datos sobre nosotros para diseñar algoritmos que determinen qué llamará nuestra atención, en una «economía de atención» que mantiene a los usuarios desplazándose de un lugar a otro en Internet, haciendo clic y compartiendo, una y otra vez esos contenidos. Esto sucedió en las elecciones antes mencionadas y en el referéndum catalán del 1 de octubre. Cualquiera que se ponga a formar una opinión puede producir docenas de anuncios, analizarlos y ver cuál es el más eficaz. El resultado es convincente: nuestro estudio encontró que los usuarios en los países ricos pueden llegar a tener hasta 2.600 interacciones diarias en Internet (redes sociales), en campañas electorales, con el objetivo de influir políticamente. Y, por ello, Mark Zuckerberg (Facebook), Eric Smith (Alphabet-Google) y Omid Kordestani (Twitter) están siendo interrogados por los senadores en el Capitolio de Washington.

Sería maravilloso si el sistema de las redes sociales ayudara a que la sabiduría y la verdad salieran a la superficie. Pero no es así. Cualquiera que bucee en Facebook sabe cómo, en lugar de impartir sabiduría, el sistema elabora material compulsivo (adictivo) que tiende a reforzar los prejuicios de las personas y, en palabras de su presidente, Mark Zuckerberg,fomentar la envidia y otras bajezas humanas”.

Esto agrava la política del desprecio que se extendió, al menos en los Estados Unidos, en los años 90. Debido a que los diferentes lados (izquierda y derecha) ven distintas realidades en un mismo hecho, no comparten ninguna base empírica para llegar a un compromiso. Debido a que cada lado escucha una y otra vez que el contrincante no sirve para nada más que la mentira, la mala fe y la calumnia, el sistema tiene aún menos espacio para la empatía. Debido a que las personas son arrastradas a una vorágine de mezquindad, escándalo e indignación, pierden de vista lo que importa para la sociedad que comparten. En Estados Unidos, con el racismo y la desigualdad social se ha llegado no a las manos, sino a las armas, con múltiples asesinatos (Charleston, Ohio, Baltimore, Orlando, Las Vegas, etc). Y a la dura confrontación en Cataluña.

Esto tiende a desacreditar los compromisos y las sutilezas de la democracia liberal y a estimular a los políticos que se alimentan de la conspiración y el nacionalismo excluyente. Consideremos las investigaciones sobre el fraude en las elecciones rusas por el Congreso estadounidense y el fiscal especial, Robert Mueller, que acaba de emitir sus primeras acusaciones. Después que Rusia atacó a los Estados Unidos, los norteamericanos terminaron atacándose entre sí. Debido a que los redactores de la Constitución (John Adams, Hamilton, Jefferson, etc) querían “contener a los tiranos y las turbas”, las redes sociales agravaron el estancamiento y la polarización de Washington. En Hungría y Polonia, sin tales restricciones, las redes sociales ayudan a mantener un estilo de democracia no liberal que roza la tiranía demagoga. En Myanmar, donde Facebook es la principal fuente de noticias para muchos, ha profundizado el odio hacia los Rohingya, víctimas de la limpieza étnica.

¿Qué se debe hacer?

La sociedad ha creado dispositivos, como las leyes de propiedad intelectual, para sostener y controlar los medios tradicionales. Algunos piden que las compañías de medios sociales, como los editores, sean igualmente responsables de lo que aparece en sus plataformas; sean más transparentes y ser tratados como monopolios que necesitan ser rotos (las cinco grandes de Internet, son las mismas cinco grandes empresas norteamericanas por capitalización bursátil y las primeras cinco empresas tecnológicas del mundo: Apple, Google, Amazon, Facebook, Microsoft: un oligopolio en un universo de 7.000 millones de personas).

Cuando Facebook cultiva artículos en conjuntos independientes para verificar los hechos, la evidencia sobre que modera el comportamiento de los electores/votantes es mixta, por utilizar un eufemismo. Además, la política no es como otros tipos de habla; es peligroso pedirle a un puñado de grandes firmas (el oligopolio de que hablaba antes) que consideren lo que es saludable para la sociedad. Es una tiranía ejercida por unos pocos. El sistema democrático quiere transparencia sobre quién paga los “anuncios políticos” (como la trama rusa”, pero mucha influencia maligna se genera cuando las personas comparten descuidadamente publicaciones noticiosas apenas creíbles (no son verdad, vaya). Romper a los gigantes de los medios sociales podría tener sentido en términos antimonopolio, pero no ayudaría con el discurso político; de hecho, al multiplicar el número de plataformas, podría hacer que la industria sea más difícil de administrar.

Hay otros remedios. Las empresas de medios sociales deben ajustar sus sitios en Internet para que sean más claros sobre si una publicación proviene de un primo hermano político interesado o de una fuente de información fiable. Podrían acompañar el intercambio de mensajes con recordatorios del daño causado por la información errónea. Los bots, a menudo, se usan para amplificar mensajes políticos. Twitter podría rechazar lo peor o marcarlos como tal. Y YouTube eliminar los videos con informaciones falsas o denigrantes, por ejemplo, hacia las mujeres. Debido a que estos cambios afectan a un modelo comercial diseñado para monopolizar la atención, bien pueden tener que ser impuestos por la ley o por un regulador.

Se abusa de las redes sociales Lo que está en juego para la democracia liberal difícilmente podría ser más esencial. Una sociedad bien informada puede tomar mejores decisiones, evitar confrontaciones inútiles, lograr paz social y contribuir al bien común. Lo contrario suele acabar en dictadura, como escribió Alexis de Tocqueville.

jorgeJorge Díaz-Cardiel. Socio director general de Advice Strategic Consultants. Economista, Sociólogo, Abogado, Historiador, Filósofo y Periodista. Ha sido Director General de Ipsos Public Affairs, Socio Director General de Brodeur Worldwide y de Porter Novelli International; director de ventas ymarketing de Intel Corporation y Director de Relaciones con Inversores de Shandwick Consultants. Autor de más de miles de artículos de economía y relaciones internacionales, ha publicado una docena de libros, como Las empresas y empresarios más exitosos; Innovación y éxito empresarial; El legado de Obama; Hillary Clinton versus Trump: el duelo del siglo; La victoria de América; Éxito con o sin crisis; Recuperación Económica y Grandes Empresas; Obama y el liderazgo pragmático, La Reinvención de Obama, Contexto Económico, Empresarial y Social de la Pyme en España, Digitalización y éxito Empresarial, Trump, año uno, entre otros. Es Premio Economía 1991 por las Cámaras de Comercio de España.

Periodista especializada en tecnologías corporate, encargada de las entrevistas en profundidad y los reportajes de investigación en MuyComputerPRO. En el ámbito del marketing digital, gestiono y ejecuto las campañas de leads generation y gestión de eventos.

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