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Avaya: un fiasco de 8.000 millones de dólares

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ceo avaya

Como recuerda hoy The Wall Street Journal, hace cerca de 10 años que se produjo una reunión entre responsables del fondo de inversión TPG, en el que se plantearon pros y contras de una operación que ya llevaban tiempo estudiando: la adquisición del gigante de las comunicaciones Avaya, que en su tiempo fue parte de AT&T.

Allí, aunque el criterio mayoritario estaba a favor de la operación, surgieron algunas voces disonantes, que veían el riesgo de que el modelo de negocio de la empresa, que consistía principalmente en la instalación de sistemas de comunicación telefónica en empresas, se estuviera acercando a su fin, como también parecía hacerlo el mercado de líneas fijas para particulares. Esas dudas no fueron suficiente y, poco después, TPG llegó a un acuerdo con Silver Lake para hacerse con Avaya por 8.000 millones de dólares. ¿Sus planes? Mejorar la oferta, ajustar los gastos y hacer la compañía increíblemente rentable.

Poco después empezaron a sucederse las malas noticias: la crisis económica de 2008, que redujo sustancialmente el volumen de facturación de Avaya, el apremio a a TPG y Silver Lake para que pagaran las deudas que habían contraído para realizar la compra, tener que hacer frente a planes de pensiones de empleados de la empresa que lo fueron desde los tiempos en que formaba parte de AT&T, una gestión incapaz de afrontar un cambio significativo de modelo… Así, cuando con el paso de los años la situación económica global mejoró, la empresa se encontró a nuevos competidores en su campo, como Cisco y Microsoft, y a una plétora de nuevas empresas que ofrecían servicios similares, pero basados en telefonía IP.

Ahora, cuando casi se cumplen los diez años de la operación, hay muy pocas ganas de celebraciones, no habrá una tarta con velas. Al contrario, los propietarios de Avaya se enfrentan a una enorme pérdida económica, de miles de millones de dólares, puesto que la compañía ha tenido que declararse en bancarrota, con el fin de intentar organizar y renegociar sus deudas (por más de 6.000 millones de dólares) o, si no es posible, afrontar su desaparición. Llegados a este punto, inversores y analistas ven un denominador común en muchas operaciones de adquisición sobre tecnológicas llevadas a cabo con anterioridad a la crisis de 2008: la dificultad de predecir adecuadamente el futuro de las empresas tecnológicas, que se ven tan afectadas por el dinamismo del propio mercado.

La innovación es, lo sabemos, una constante en este sector. Hoy estamos hablando casi a diario de tecnologías que, hace cinco años, eran impensables o parecían ciencia ficción, y cuando nos hablan de lo que nos puede deparar el futuro, en muchos casos pensamos que nos están vendiendo la moto. Así, en los años que han transcurrido entre la adquisición de Avaya por TPG y Silver Lake y la presentación de la bancarrota, podemos ver que se han producido muchos cambios a los que la compañía, sea por las razones que sea, no ha sabido adaptarse. Y solo cuando ha intentado hacerlo, y ha adoptado soluciones tecnológicas más actuales, ha visto que algunas de sus áreas de negocio sí que mostraban crecimiento y, por lo tanto, potencial.

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