Accesibilidad o exclusión: el papel social de la Inteligencia Artificial

Vivimos en un mundo mediado por la tecnología, en el que toda interacción social, formal o informal, se produce a través de algún tipo de mediación tecnológica que influye en su naturaleza y desarrollo: mantenemos el contacto con familiares y amigos en redes sociales; organizamos planes por WhatsApp, trabajamos con el correo electrónico; nos informamos en la prensa on-line y accedemos a la cultura a través de plataformas. Incluso en la relación reflexiva con nosotros mismos, la tecnología interviene: planificamos nuestra agenda en Outlook y guardamos nuestros recuerdos en la galería del móvil o en la nube.

Pero si la tecnología media todas nuestras relaciones, las dificultades de acceso dejan de ser un problema técnico para convertirse en una cuestión social. No acceder a la tecnología es equivalente a no acceder a la sociedad, pues los espacios de participación social se encuentran detrás de una interfaz, normalmente una pantalla.

Accesibilidad: la función social de la tecnología

La accesibilidad es un principio esencial del diseño si queremos que la tecnología mantenga su función social y contribuya de forma positiva al bienestar colectivo. Y todos somos susceptibles de quedarnos sin acceso.

A diferencia de lo que muchos creen, no es un asunto cuyo impacto tan solo afecte a ciertos grupos, como las personas mayores o con discapacidad. Afecta a cualquiera cuya situación social o personal le sitúe tras una barrera (económica, educativa, cultural, etc.) que le impida acceder a la tecnología, y con ello, a su participación plena en la vida social.

En este contexto, el acceso a las capacidades que hoy en día ofrece la Inteligencia Artificial se ha convertido en una cuestión de vital importancia, teniendo sobre todo en cuenta su enorme capacidad para transformar otras tecnologías.

No resulta descabellado pensar por lo tanto, que su futuro desarrollo puede reducir, aún más, la accesibilidad de los espacios digitales, creando nuevas formas de exclusión para quienes ya enfrentan obstáculos sociales o tecnológicos.

En este sentido, desde la perspectiva de la Experiencia de Usuario (UX) surgen cuestiones esenciales: ¿es comprensible para toda la población mantener una conversación con una IA? ¿existen apoyos técnicos que permitan a personas con discapacidad sensorial (como las personas ciegas o sordas) interactuar con estos sistemas y beneficiarse de las mismas ventajas que el resto? ¿están los bots conversacionales diseñados para comunicarse eficazmente con personas que presentan alteraciones en el habla derivadas de un daño cerebral u otras condiciones?

Más allá de lo anterior, conviene reflexionar sobre la accesibilidad económica a esta tecnología: ¿seguirá siendo posible utilizar la IA en dispositivos de baja potencia y coste, habituales entre la población con menos recursos? ¿persistirán modelos de acceso gratuitos o asequibles, o bien la IA tenderá a concentrarse en segmentos de alto poder adquisitivo debido al incremento inversor que exigirá en los próximos años?

Estas preguntas son solo una muestra de los múltiples dilemas sobre accesibilidad a la IA que ya están presentes y que se intensificarán conforme su adopción se generalice en la sociedad. Resulta insuficiente destacar los beneficios potenciales de una IA ética en ámbitos personales y profesionales si su despliegue deja atrás a colectivos vulnerables o con menor capacidad de acceso. La IA se convertiría así en una herramienta más de desigualdad y exclusión.

Por Rafael Conde Melguizo – Investigador y Profesor en la Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología (UDIT)