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Las mujeres de Jobs

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Steve Jobs

El año 1984 fue importante. Quizá tuviera algo que ver que la obra de George Orwell ya lo había señalado como una imagen del futuro. Parecía que ese era el año en el que tenían que pasar las cosa importantes. Y pasaron. En el 84 Springteen saca «Born in the U.S.A.», Dire Straits «Alchemy», Prince «Purple Rain», Madonna «Like a virgin» y Van Halen «1984», por citar algunos. Se estrenaron en el cine algunas de las películas que han marcado época: 1984 (cómo no), Amadeus, Cazafantasmas, Dune, Gremlims, Karate Kid, La historia interminable, Pesadilla en Elm Street, Terminator… Pero lo que hace que ese año fuese importante de verdad fue que la relación del usuario con la informática cambió radicalmente, tras el lanzamiento en enero del Macintosh 128k, el primer ordenador personal destinado al consumo masivo.

Al hablar de ese día las imágenes que viene a la cabeza son las de Jobs y Wozniak, pero hay una serie de personajes menos conocidos y menos relacionados con el hecho que desempeñaron un papel crucial dentro de Apple, y especialmente en relación con Jobs y el lanzamiento de Macintosh 128k. Y esas fueron las mujeres de Jobs.

Si eres brillante lo demás me da igual

Esa frase podría perfectamente definir el estilo de trabajo del célebre creador de Apple. Buscaba, por encima de todo, rodearse de gente brillante, innovadora y capaz de pensar más allá de los límites impuestos. En la época de la que hablamos, encontrarse con algo así no era habitual, y para muchas de las mujeres que entraron a trabajar en la compañía fue la oportunidad de trabajar en calidad de iguales con el resto de la gente. ¿Qué más da si vistes falda o pantalón, deportivas o tacones? El talento no tiene sexo, ni raza, ni religión, ni condición social, y ese fue uno de los mejores puntales de Apple, y quizá una de las claves de su éxito.

En un reciente artículo, publicado en el portal CNET, se habla precisamente de las mujeres que trabajaron codo con codo junto a Jobs para culminar con éxito el lanzamiento del Macintosh en 1984. Un equipo con nombres como Joanna Hoffman, Debi Coleman, Susan Barnes, Barbara Koalkin Barza, Susan Kare y Andy Cunninghan, que padecieron y crecieron a partes iguales con la personalidad y el carácter de Jobs en aquellos tiempos.

Jobs tenía una visión de lo que quería conseguir, y las jornadas de trabajo en la compañía podían llegar a ser extenuantes para su círculo más cercano. Susan Kare, por ejemplo, fue la diseñadora gráfica responsable de crear los emblemáticos iconos de Mac y algunos de sus tipos de letra originales, como las fuentes Chicago, Ginebra y Mónaco.

Joanna Hoffman fue miembro del equipo original del Macintosh, cuando todavía era un proyecto de investigación. Licenciada en Ciencias y Humanidades por el MIT, Hoffman entró en la compañía en 1980, después de impresionar vivamente a Jef Raskin tras una conferencia de Xerox, en la que se discutía cómo los ordenadores podrían cambiar la vida de las personas. Hoffman fue la persona que fue ayudando al resto de incorporaciones a entender cómo tratar a Jobs, cosa que no siempre era fácil. Una de las razones por las que Debi Coleman, que se incorporó en 1981 y acabó siendo jefe de fabricación de Macintosh, no duda en considerar a Hoffman como «su heroína».

Ahí estuvieron también Susan Barnes, que controlaba la división de Macintosh, Andy Cunninghan en el área de relaciones públicas (artífice de la mayor campaña de RRPP para la industria de la tecnología de la época) y Barbara Koalkin Barza se encargó del marketing  de producto para Mac. Jobs daba libertad plena a su equipo de trabajo para hacer lo que mejor supieran hacer, pero exigía a cambio resultados excepcionales, y un cuidado exquisito por los detalles. Como la misma Cunninghan comenta, Jobs hizo posible que ellas pudieran hacer todo lo que querían hacer.

Las semanas previas al lanzamiento fueron decisivas. Todo estaba planificado milimétricamente. La logística era compleja y nada podía fallar. Cunninghan había gestionado diversas entrevistas cara a cara con la prensa y sesiones de fotos. Todo estaba listo menos Jobs, que no era precisamente una persona a la que le agradara pasar por todas esas cosas. Ante el temor de que tuviese un mal comportamiento con el fotógrafo, Cunninghan recurrió a todo su ingenio y descubrió la forma de mantener tranquilo y relajado al jefe. La clave fue hacerle escuchar todo el tiempo «Billie Jean», de Michael Jackson, un tema que le encantaba especialmente. Cunninghan rebobinaba incansablemente la canción para evitar que Jobs se encerrase detrás de una cara agria y un montón de gruñidos; incluso «sonrió a la cámara», recuerda.

Cuenta Coleman que igual que Jobs podía sacar lo mejor de ti, forzando la maquinaria para extraer las mejores ideas, sabía qué botón apretar para que prendiera la chispa del ingenio; pero también podía ser que apareciera un día por el pasillo gritando y llamándote idiota. En estos casos fue Hoffman la que dio a sus compañeras la clave para manejar airosamente la situación: «Mírale a los ojos y ponte de pie«.

Todas esas mujeres son hoy un referente en el mundo de la tecnología. Aprendieron a ser mejores con uno de los mejores, pero sobre todo, trabajaron en un ambiente en el que nadie nunca las juzgó por ser mujeres, sino que las valoraron por lo que hacían y la forma en que lo hacían. Un entorno en el que se respetaba a la gente por lo que aportaba, con gente de un rango de edad similar y un ambiente «refrescante«, dice Cunninghan. Eso es lo que Jobs les ofreció entonces. Asumieron el reto y triunfaron.

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