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El exprimidor Juicero y otras estafas del mundo de la tecnología

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Hasta hace unos meses, a los creadores de Juicero, una compañía dedicada al desarrollo de exprimidores de diseño, la vida les sonreía. A pesar de dedicarse en exclusiva al desarrollo de un dispositivo tan convencional como un exprimidor de zumo, habían conseguido financiación de varios inversores habituados a invertir en compañías tecnológicas. Más que nada porque se trataba de un aparato que cae dentro de la categoría de Internet de las Cosas, por estar conectado a Internet y poder activarse a distancia.

El mecanismo de funcionamiento de este exprimidor de precio desorbitado (700 dólares, rebajados después a 400) es bastante sencillo. Solo hay que cargarlo con unas bolsas que contienen trozos de fruta y vegetales que se compran aparte por entre 5 y 8 dólares y que, tras accionar el exprimidor, se convierten en zumo. Como se puede ver, funciona de forma parecida a las máquina de café de cápsulas. Según Bloomberg, su creador, Doug Evans, consiguió levantar financiación, entre otros, de la división inversora de Google y de Kleiner Perkins, hasta hacerse con unos 120 millones de dólares y convertirse en una de las startups estadounidenses en recibir más financiación en 2016.

La sorpresa llegó cuando varios usuarios descubrieron que solo con apretar las bolsas preparadas para insertarlas en el exprimidor se conseguía el zumo. Sin necesidad de utilizar el aparato. No solo eso, sino que en muchos casos, el zumo se conseguía más rápido apretando la bolsa con las manos que utilizando el exprimidor.

La empresa se ha encontrado con un buen escándalo y un aluvión de quejas, y por ahora sólo se ha defendido de ellas alegando que muchos prefieren utilizar la máquina «porque el procedimiento de la obtención de zumo es más consistente y sencillo«. También dicen que el exprimidor lleva un lector de códigos QR que se encarga de comprobar si la bolsa que se usará en el zumo ha caducado o no. Pero la fecha de caducidad también viene impresa en la bolsa, los inversores se han quedado de piedra al darse de bruces con la realidad, y el escándalo acaba de estallar. Veremos cómo termina.

Otros dispositivos que resultaron ser un fiasco

Juicero no es el único en desarrollar un aparato totalmente prescindible y con un precio desorbitado, hay más ejemplos en la industria TIC, como el dron autónomo Zano o el dispositivo que permite respirar bajo el agua, Triton Gills.

El primero de ellos consiguió recaudar más de tres millones de dólares a través de Kickstarter. Se trataba de un dron tan pequeño que cabría en la palma de la mano, que se podía manejar desde un smartphone a través de una app para iOS y Android. Su creadora, Torquing Group, aseguraba que el dron podía funcionar de manera autónoma, tomando fotografías y vídeos en tiempo real y compartiéndolos.

Pero los retrasos para entregar los drones empezaron a acumularse y las quejas no se hicieron esperar. Hasta que Torquing Group se declaró en bancarrota por no contar con los recursos necesarios para desarrollar los drones. Los pocos que lo recibieron se encontraron con que prácticamente no funcionaban, y perdieron su dinero.

En cuanto a Triton Gills, cuyos creadores las consideraban las primeras branquias artificiales para humanos y que, según Business Insider, permitían respirar hasta 45 minutos debajo del agua, tuvieron que admitir que habían engañado a las personas que apoyaron su proyecto a través de Indiegogo. Según afirmaban, el aparato era capaz de extraer aire perfectamente respirable del agua, pero no era del todo cierto, dado que utilizaba «cilindros de oxígeno» no reutilizables. Estos se vaciaban cada cierto tiempo, y había que comprar otros para seguir utilizando el aparato.

Cuando estalló el escándalo, a la empresa no le quedó otra solución que devolver los casi 900.000 dólares recaudados a las personas que habían respaldado el proyecto. Poco después pusieron en marcha otro en el que contaban la verdad, pero no convencieron a mucha gente.

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